viernes, 13 de julio de 2012

EN VILLA MARINI – GODOY CRUZ – PROVINCIA DE MENDOZA


Villa Marini, cuyo nombre proviene de los antiguos propietarios de los terrenos del lugar, es un barrio de la ciudad de Godoy Cruz, con aproximadamente 3.500 habitantes, ubicado a unas quince cuadras al oeste de la plaza del departamento de Godoy Cruz, en la provincia de Mendoza.

En la esquina formada por las calles Luzuriaga y Carlos Gardel, es donde se encuentra emplazado un busto erigido en homenaje al máximo cantor de todos los tiempos.


La única referencia que pude encontrar en Internet sobre este monumento dedicado a Carlos Gardel, corresponde a una emotiva evocación realizada por Ulises Naranjo en el sitio http://www.mdzol.com/, bajo el título “Carlos Gardel murió en Mendoza”, la cual juntamente con las tres fotos del busto, reproduzco a continuación.

Sucedía así, en pos del único elemento que nos vinculaba con la civilización: el monolito a Carlos Gardel, en la esquina de las calles Luzuriaga y, claro pues, Carlos Gardel. Una vez al año, cada 24 de junio, aniversario de la muerte de Zorzal Criollo, el barrio se conmocionaba con la llegada de una caravana de extraños que llegaba a homenajear al cantor.

El asunto, en realidad, empezaba un día antes, cuando la Municipalidad de Godoy Cruz mandaba una máquina para que alisara la calle. Después, repartían piedritas traídas en camiones y finalizaba, para nuestro gozo, con el paso de la inolvidable “regadora”, el camión que repartía agua y nos dejaba en las narices el único olor parecido al paraíso: el de la tierra mojada.

Ya por la mañana, alguien pintaba el monolito, mientras una cuadrilla de obreros adecentaba la cabellera de los árboles y montaba un escenario y repartían parlantes tipo bocinas.

Entonces, se producía una de las ceremonias: como los Naranjo vivíamos y vivimos justo en la esquina, los quías te tocaban el timbre (a nosotros o a los Rodríguez, justo enfrente) y te pedían un enchufe para poner en marcha el circo. ¿Cómo no dárselo, si era una forma de darle vida al Mudo, durante dos o tres horas?

Segundos después de enchufado el alargador, la voz del Morocho del Abasto resonaba en todo Villa Marini. Llegaba, incluso, hasta el pavimento de la calle Joaquín V. González; llegaba hasta el segundo zanjón, lindero con “El Fachinal” y los cerros y quebradas donde ahora hay barrios con otras formas de la épica: el Foecyt, La Estanzuela, el Sarmiento y varios otros, incluso el Palmares, sólo que a ese lo divide del mundo un enorme muro con serpentinas de púas y guardias de seguridad con ametralladoras y lapiceras Bic trazo grueso para tomar nota de tus datos personales.

Uno a uno los tangos hacían remolinos por entre los ranchitos del barrio y nuestros padres nos hacían inclinar las cabezas hasta un lavador de plástico sobre una silla, en el patio. Después, nos mirábamos en un espejo redondo, con marco de plástico y hasta creo recordar que sonreíamos.

En la calle Carlos Gardel, la fiesta estaba por comenzar y, uno a uno, íbamos saliendo de nuestras casas recién peinados y con la camisa de ir a la escuela. Éramos hermosos. Éramos cortos, asombrados, ingenuos, maravillados. Mírennos ahí, calladitos y en puñado: El Tero, El Colorado, el Raúl, “los chilenos” el Alberto y el Juan Carlos, el Tupungato, el Miguel y el Ale, El “Patita”, El Pablo, El Gallego, Los Almada, El Doc Oscar, el Omar en sus muletas, el Cachivache y su cicatriz y éste que escribe, el más pequeño de todos.

La fiesta empezaba y subían al escenario cantores bravos, orilleros, con sombreros y pañuelos blancos y alguna bailarina con vestido con tajo hasta arriba, para exhibir ese imposible jamón en el corte, a mediodía.

Una vez, un abuelo plantó junto al monolito un árbol. Hoy es un estupendo jacarandá de quince metros de altura. Lo aplaudieron, saludó con gesto discreto. Le acercaron una silla y escuchó unos tangos. Se llamaba, dijo, entonces, el locutor Don Bernardo Razquin y su imagen se mezcla ahora con el olor de los pasteles fritos y el sonido de los tangos. Éramos felices.


24 de Junio de 2012

Varias décadas después, todos envejecimos como envejece la gente: evidentemente. Algunos murieron de viejos y otros murieron de tan jóvenes. Algunos pocos terminamos el secundario e incluso la universidad y la mayoría tomó el sustento por obra gracia de sus preciosas manos. El tiempo pasó y nos fue demostrando que, no obstante, siempre lo mejor es lo que está por venir.

Varias décadas después, un 24 de Junio de 2012, me hallo al pie del monolito de un Carlos Gardel que está más solo que un traidor en el final de sus días. Nadie se acordó del artista popular y el Muñeco de Trapo se habrá retorcido en su tumba, pero es así: la ingratitud nos constituye como al tango la despedida.

Escupo mi plegaria, para Gardel: “Mierda que es bravo el abandono y débil la memoria, Morocho del Abasto. Resultaste ser exacto pasto del olvido. Marchita tu guitarra, de tiza tu sonrisa, no tenés quién te cante o te acaricie o al menos un choco que te ladre. Quedaste solo, cantor, con tu destino tanguero. Igual, no es para tanto, si al fin y al cabo, todos nos quedamos solos, un día después de la fiesta”.

Final del homenaje.



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